26 de Abril de 2024
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Acertijos: Rumbo al pacífico

Gilberto Haaz Diez

Todos los viajes ilustran. Unos más, otros menos. Pero de ellos algo se aprende. Camelot.

RUMBO AL PACÍFICO

Escrito en el aire, entre el trayecto Ciudad de México-Monterrey y Narita, Tokio en Japón.

Tarde de lunes, paso a un pisa y corre a Xalapa. Como con mi hija Marimar y el infante Gustavo y los Lila y Gil Castro. En un comedero italiano de Plaza Américas.

Abordo el todoterreno y partimos hacia el DF. José Montiel, conductor designado, se pierde. Pasamos por la tierra de Pepe Yunes, Perote, bordeamos hacia Huamantla, donde había y hay tarde de toros; en Tlaxcala, donde Silverio era el tormento de las mujeres. Y monarca del trincherazo, según Lara.

Cuatro horas después estamos en México. Directo al aeropuerto a la Terminal dos, donde vuela Aeroméxico. Allí recibo llamada del nuevo coordinador de Comunicación Social, Juan Octavio Pavón, quien avisa que el gobernador Duarte no va a Japón. Me alerté, pregunté si no había ocurrido algo grave o complicado. Dijo que no. Que otro compromiso lo había acuartelado allí, y enseguida pensé en Peña Nieto, seguro el presidente le dio un encargo. Pero que cubriéramos la ruta asignada y pronto le veríamos, a que le contáramos las peripecias niponas. Le dije que les llevaba un par de llaveros, a los dos. Y de allí me apersoné en el mostrador de Aeroméxico, la línea que se comió, junto con la Interjet de Alemán, el mercado de lo que era Mexicana.

Primer tropiezo. Cuando etiquetaba, la empleada me dijo, así a secas: “Su visa americana está vencida”. ¡What! Le grité: Noooooo, quizá como le hizo Brito al niño vendedor de chicles en el PRI. Y me apaniqué. ¿Qué hacer? Eché a andar mi coco a mil por hora. Sin Visa no hay paraíso, como la película Sin tetas no hay paraíso, el vuelo asignado entraría a Los Ángeles, California, y ni modo de decirle al agente de migración que no me había dado cuenta de ese vencimiento. Seguro me regresa en dos por tres y, además, esposado. Me fui a otro mostrador, por sugerencia de la chica que me dio la noticia funesta. Cambié el vuelo y la vendedora me apresuró porque en una hora y media despegaría. Me fui tan rápido como los del Orfis, que no sirven para nada. Pasé los filtros y en menos de lo que canta un gallo estaba ante la sala ya con boleto nuevo. Contacté a la eficiente Isabel Vélez Calderón, coordinadora de agenda del gobernador, que ya se encontraba en Japón, para decirle que ahí iba adelantado, y que fueran por mí, que no me abandonaran en ese aeropuerto solito con mi alma.

 

ENTRE VUELOS

Mi sobrino Manuel Lila Haaz es piloto profesional y ha andado en un avión Falcón por todo el mundo. Me hablaba del vuelo en que voy, por circunstancias especiales, el 787 de Aeroméxico, un tremendo avión que trepa a 40 mil pies. El vuelo 058 que hace una escala técnica en Monterrey, para llenarlo de combustible y trepar pasaje, porque al volar en el Pacífico te encuentras solo mar, pura agua, nada de tierra y este avión tiene que llegar directo. Despegamos cerca de la medianoche.

Llueve en Monterrey, debe hacer frío afuera. No bajamos del avión, nos mantienen arriba. El vuelo va a durar 13 horas y 45 minutos, hay películas a montones, desde la laureada Bird del gran González Iñárritu, hasta la que se te antoje, tipo Netflix en el avión.

Uno observa ya dentro a los expertos en los viajes, aquellos que vuelan totalmente palacio. Desde los chancludos, que traen sus chanclas chafas y de plástico, hasta los que comienzan a hacer calistenia, cuando apenas llevamos una hora de vuelo, como si fueran a correr un Maratón al bajarse del avión. Es curioso verles, los que traen sus cojines infladores para ponerse al cuello. Para no torcerse.

Cierta vez en un viaje a Madrid, Karina se metió al baño y cuando salió venía con pijama, eso es extraordinario, sentarse medio acurrucado con la pijama es algo que ni la Master Card puede comprar, para todo lo demás sí.

Voy en mi sitio. El piloto comienza a dar información, que volaremos a tantos pies, que no aflojemos el cinturón, que habrá turbulencia. Me dijo mi sobrino piloto que poco voy a ver hacia abajo.

Es la primera vez que vuelo por la ruta del Pacífico, alguna vez bordeé San Francisco, pero internarme na'. Pagué una manda, dije hace unos días que no se me antojaría ir ni a Japón o China ni a ningún país árabe, incluido Dubái, donde la hija del petrolero lleva a sus perritos monos en vuelo privado. Y mírenme, más pronto cae un hablador que un cojo. Isabel Vélez, al decirle que para allá iba, me advirtió que llevara abrigo, le respondí que llevo abrigo, chiqueadores, bufanda y un gorro nopaltepecano que adquirí un día que anduve por la Cuenca. Ximena, mi otra hija, es la que me advierte siempre: “Pa’, va a hacer frío: de 4° a 9° grados, lleva con qué taparte”. Es mi meteoróloga de cabecera.

¿Qué haremos sin Duarte? Ya nos saboreábamos al gobernador que, me aseguran los que han salido con él al extranjero, es un compañero de viaje de primera, no se raja y hace caminatas y paseos como todos los mortales. Ni hablar. Ya habrá otra ocasión.

Comienza el mercadeo. Anuncian por el altavoz que el shopping puede comenzar, que el catálogo de Aeroméxico está en el respaldo del asiento. Solo tarjeta. Nada de cash, en contra de lo que dijo Rockefeller, que el dinero era la tarjeta de crédito de los pobres. Lo hojeo y veo sus perfumes y relojes. Nada compro. Hoy el shopping está prohibido, hay que conocer esta cultura milenaria, de un país que es ejemplo en el mundo de trabajo y crecimiento. Donde después de aquel par de bombas que les tiró el maloso Harry S. Truman, renacieron de sus cenizas y el Imperio no cayó, sobrevivió porque así lo quisieron también los americanos, cuando MacArthur vino como comendador a poner orden y dejarlos que crecieran, ya sin pensamientos de guerra. Aquí donde me dice mi sobrino que el idioma es del carajo, porque pocos hablan inglés y el japonés pues ni modo de presumir. No se entiende nada, de la pe a la pa. Pero bueno, esperemos que los guías asignados nos lleven adonde se pueda, y a cubrir el evento de las Naciones Unidas sobre La Tercera Conferencia Mundial de las Naciones Unidas sobre la Reducción del Riesgo de Desastres

En tanto, apago mi laptop porque ya hace hambre, traen la cena y luego, a ver una película, la del inglés que descifró el código que puso al descubierto a los alemanes, y que en aquel tiempo lo satanizaron porque era homosexual y hoy, a años de aquella guerra, le han pedido a la reina Chabelita que pida perdón a él y a los homosexuales del mundo, a quienes insultaron porque sin ese inglés matemático quizá la guerra hubiera demorado más tiempo, con más muertes. Chabelita ya lo hizo. La veré en el cine de respaldo del asiento, y luego a echar una jetita, porque casi 14 horas hacen que el guamachito no florezca, y el coxis se resienta.

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