28 de Marzo de 2024
Director Editorial Lic. Rafael Melendez | Director General - Dr. Rubén Pabello Rojas

Rastreadoras..."sólo quiero los restos de mi hijo"

 

 

Ciudad de México. Varillas, palas, picos, palos, uno o dos pares de guantes; coraje y la esperanza viva es todo lo que necesitan para buscar en las entrañas de la madre tierra los restos de sus seres queridos. El grupo nació en 2014, en El Fuerte, Sinaloa, y las conocen como Las Rastreadoras.

Hace unos meses, mujeres de Guaymas y Empalme les pidieron ayuda; también formaron un grupo para buscar a más de 200 desaparecidos de 2015 a la fecha. La región respira ausencia, sangre y violencia.

El colectivo de El Fuerte lo componen más de 130 mujeres, fue el primero que surgió en México. Mirna Nereyda Medina Quiñonez, su fundadora, inició sola la búsqueda a su hijo, quien desapareció el 14 de julio de 2014. Tres años después lo encontró en un paraje de la comunidad de Ocolome, municipio de El Fuerte, Sinaloa.

El activismo de Las Rastreadoras va en aumento, organizan y apoyan colectivos en Sinaloa, donde ya suman siete grupos que han localizado los restos de 115 personas desaparecidas. Aún les faltan 602, más las que se acumulen.

Han participado y auxiliado en el rastreo de cientos de restos de víctimas de desapariciones forzadas en México. Sus manos han trabajado en Veracruz, Guerrero, Chihuahua, Nuevo León y Coahuila.

Actúan en coordinación con la Fiscalía General de Justicia del Estado (FGJE) y la Procuraduría General de la República (PGR), quienes les facilitan capacitación en antropología y arqueología forense con especialistas nacionales e internacionales para mejorar las técnicas de búsqueda, identificación y documentación, dentro del marco legal.

Entre sus grandes experiencias destaca la participación en un Foro de Antropología Forense en Guatemala, en cuyo trabajo de campo encontraron tres personas desaparecidas en 1981, durante la guerra civil de ese país.

La primera condición para ser rastreadora es perder el miedo a la vida y a la muerte ante las constantes amenazas por parte de integrantes del crimen organizado.

 

Almas vivas en pena

"Almas vivas en pena, así somos", no queremos culpables, sólo buscamos recuperar a nuestros tesoros, expresa entre lágrimas Rosa María Kinijara, a quien el dolor de sus palabras se le convierte en gruesas lágrimas que le humedecen el rostro.

Su hijo, Fernando Valadez Kinijara, de 30 años, fue levantado el 11 de agosto de 2015, en la avenida Serdán, la más transitada de Guaymas. A la fecha nada sabe de él.

Con la voz entrecortada y con profunda tristeza, narra a EL UNIVERSAL que ese día le dio un vale para que lo cambiara en Banco ConCrédito y comprara los útiles escolares de sus hijas. Fernando, quien era pescador, tenía tiempo trabajar en el mar porque se había lesionado gravemente un ojo.

"Lo estuve esperando todo ese día pero no regresó, a la mañana siguiente fui a buscarlo a su domicilio ubicado en la colonia Pesqueira, me percaté que no había prendido el aire acondicionado y la puerta estaba cerrada, me imaginé que nunca llegó a su casa", cuenta.

Rosa María narra que luego se dirigió a la casa de su hermana, donde su sobrina le comentó que sabía del reciente levantón de un muchacho en el centro de la ciudad de Guaymas. Habló al banco y le informaron que el vale no se había hecho efectivo. Su corazón de madre no la engañó.

Acudió a la institución bancaria, donde pidió que le mostraran los videos de las cámaras de seguridad. Ahí vio cómo se lo llevaron y pudo reconocer a un hombre que lo sometió y lo subió por la fuerza a un vehículo.

Se hizo de las pruebas y acudió a poner la denuncia ante el Ministerio Público. Día tras día iba con el representante social, sin obtener resultados en la investigación. Acudió a la Comisión Estatal de los Derechos Humanos (CEDH) y pasó lo mismo.

Desde entonces, Rosa María, apoyada por sus hijas María Teresa y Zury Sarahí, así como de otros familiares, hace un silencioso rastreo en diferentes zonas de Empalme y de Guaymas. En cerros, en montes, en el mar buscan los restos de Fernando, su tesoro.

"Yo no quiero culpables, de eso que se encargue la justicia, sólo quiero los restos de mi hijo, pido a Dios una luz, una señal, una llamada anónima que me diga dónde encontrarlo", implora en llanto, mientras sus hijas le imprimen un cálido apretón de manos.

 

Pierden el miedo

 

El pasado 20 de enero, Rosa María y su familia decidieron dejar el anonimato y con el respaldo de Mirna Medina, líder de Las Rastreadoras, abrieron al público la Fan Page "Buscando Nuestros Tesoros", donde personas como ellas, en Empalme y Guaymas, buscan a uno o más familiares desaparecidos.

María Teresa, hermana de Fernando, conoció a Las Rastreadoras de El Fuerte en la antesala del Ministerio Público. Una luz de esperanza las trajo a Sonora; a través de una llamada anónima les informaron que había una fosa con más de 10 cuerpos en El Cañón del Nacapule de San Carlos, Guaymas.

Pidieron informes a Servicios Periciales y después al Ministerio Público, quienes les comentaron que habían encontrado restos que podrían pertenecer a tres personas, luego solicitaron apoyo para hacer un rastreo donde ya se había hecho el levantamiento pericial.

Juntas, se enfilaron hacia El Cañón del Nacapule, un amplio terreno agreste y montañoso, donde se tomó una vereda, entre piedras y matas silvestres. Cuesta abajo había tierra quemada; ahí, días atrás, los peritos ya habían rescatado 144 piezas óseas que pudieran ser de tres personas.

Sin embargo, en el trabajo de campo que hicieron integrantes de Las Rastreadoras como expertas en búsquedas encontraron en el mismo sitio 20 restos humanos entre falanges, vértebras, huesos pélvicos y costillas, los cuales podrían pertenecer a dos personas que fueron quemadas y enterradas en un periodo menor a un año.

Ubicaron una vestimenta de hombre, que consiste un pantalón de mezclilla, talla 31, una camisa tipo polo color negro y otra camiseta de tirantes color azul marino. En las inmediaciones también había una prenda íntima de mujer color azul cielo. En el lugar estaba una lona con rastros de sangre.

El trabajo y el entrenamiento terminaron porque cayó la noche; sin embargo, la líder del colectivo anunció que el 20 de febrero estará de nuevo en Empalme con un equipo de especialistas forenses de Colombia para impartir a las nuevas integrantes del grupo, un curso sobre los protocolos de búsqueda de restos humanos.

 

La pesadilla continúa

 

Las Rastreadoras salieron a las 5:00 horas de Los Mochis, Sinaloa, llegaron a Guaymas, Sonora, a las 13:00 horas y se regresaron alrededor de las 21:00 horas. No traían dinero para descansar en un hotel, se cooperaron para comprar unos tamales; las mujeres de Empalme les brindaron un ceviche de pescado y unos "burritos" de carne. Comieron en una banca frente a las oficinas del Ministerio Público.

También tenían prisa por regresar, habían recibido una llamada anónima de que en un paraje de Ahome había dos cuerpos enterrados. No había tiempo que perder. "Somos buscadoras compulsivas", dijo Mirna antes de partir.

La familia Valadez Kinijara regresó a Empalme. Al día siguiente, María Teresa expresó con tristeza que su madre Rosa María lloró toda la noche pidiendo a Dios por el descanso de las personas cuyos restos calcinados fueron encontrados en un recóndito cañón de San Carlos, el centro turístico internacional de Sonora.

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(NOTA RELATIVA)

 

Brenda da rostro a las personas desaparecidas

 

Néstor Ramírez Vega

 

CIUDAD DE MÉXICO, febrero 4 (EL UNIVERSAL).- Un niño de tres años fue visto por última vez en los juegos de un parque. El tiempo se detiene. Todos los recuerdos son ese momento: la ausencia de un hijo en la que lo único que crece es el dolor.

Con Casas Vacías (Kaja Negra, 2018), Brenda Navarro da rostro a las personas desaparecidas y humaniza los datos del Registro Nacional de Personas Extraviadas o Desaparecidas (RNPED) del fuero común, donde se señala que en 2016 y 2017 sumaron 8 mil 818 víctimas de este crimen.

Información del RNPED arroja que entre 2006 y 2017 desaparecieron alrededor de 33 mil 174 personas. La cifra más alta se registró en 2016 con 4 mil 703, más de siete veces el número de víctimas (618) que hubo en 2007.

Crimen organizado, secuestros y feminicidios son algunos delitos por los que miles de personas no han vuelto a su hogar y al momento de desaparecer se les da por muertos socialmente y sólo siguen vivos en la esperanza de la cercanía familiar.

Casas Vacías es un relato de ficción alimentado de la realidad y que extrae ideas y voces como la de los padres de los estudiantes desaparecidos de Ayotzinapa.

Para la escritora, estos delitos no paran porque no nos cuestionamos qué se siente y la forma en que uno reaccionaría si es que desaparece su madre, su padre, sus hermanos o cualquier otro miembro de su familia.

"Tenemos que hacer conciencia del dolor porque, como país, tenemos mucho dolor y tenemos que aprender a procesarlo", asegura Navarro, quien a través de su libro crea conciencia sobre los secuestros, entrando en el hogar de una madre de familia cuyo hijo de tres años está desaparecido.

La autora aseguró en entrevista con EL UNIVERSAL que la razón por la que escribió la obra fue para "retratar lo que se vive en las casas de las personas que han perdido a un ser humano".

Navarro se concentró en el dolor que puede sentir una mujer al perder a su hijo; ese dolor la llevó a cuestionarse qué significaba ser madre y la razón por la que las mujeres querían serlo. "Desencadenó un cuestionamiento personal sobre por qué tomamos las decisiones que tomamos. Por qué nos cuesta tanto hablar del dolor que tenemos como seres humanos pero también como país", agregó.

La escritora sostiene que hay que vivir el duelo y teme que las desapariciones continúen porque sería terrible que fuéramos un país donde todos estamos desaparecidos al ser gente que no habla, "personas con miedo porque preferimos desaparecer".

Aunque la autora quería abordar únicamente las desapariciones, sus personajes la llevaron por otros temas, como el de los migrantes asesinados en 2010 en San Fernando, Tamaulipas, y la búsqueda que realizan los padres de los estudiantes de Ayotzinapa, Guerrero.

Al respecto, Navarro, integrante de la Asociación Clásicas y Modernas, organización española para la igualdad de género, asegura que ella sólo era testigo de lo que le acontecía a sus personajes e indicó que para darles voz lo que hacía falta era escuchar y narrar lo que pasaba en el mundo real.

Casas Vacías cuenta con una versión de descarga gratuita en la página de la editorial. Brenda Navarro asegura que llevó este proyecto a Kaja Negra porque considera importante rescatar las narrativas que van más allá de las cifras y apostar por la cuestión digital, porque la intención es crear un diálogo y apropiarse de las plataformas virtuales.

La autora está trabajando en un nuevo proyecto en el que le gustaría indagar sobre el perdón, a propósito del diálogo en torno a la amnistía. "Indagar qué es el perdón, quién tiene que pedir perdón y me gustaría abordarlo en la próxima historia que escriba".

Fuente: El Universal 

 

 


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