16 de Mayo de 2024
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Latas de refresco, nueva arma para explotar aviones

Los expertos en aviación trabajan con la hipótesis de que el accidente del avión de la compañía egipcia Egyptair, que cubría la ruta París-El Cairo, y desapareció durante la madrugada del jueves pasado, fue un atentado terrorista.

Según fuentes consultadas por este medio, el hecho de que el aparato, con 66 personas a bordo, se extraviara súbitamente de los radares hace pensar en una explosión en el interior y que, por la altura de crucero en la que volaba, prácticamente se habría desintegrado, como ocurrió con el avión ruso contra el que atentó la rama egipcia del Estado Islámico el pasado 31 de octubre.

En este caso cayó sobre el Sinaí, causando la muerte de todos sus pasajeros y tripulantes.

Aunque las autoridades francesas (el avión partía de París, donde las medidas en los aeropuertos son muy estrictas) y las egipcias han pedido que no se hagan conjeturas sobre las causas de la desaparición de la nave, hay muchos elementos que avalan la hipótesis del atentado.

El hecho de que el avión perteneciera a la compañía de bandera de Egipto, país que se ha convertido en un objetivo preferente del Estado Islámico, es un factor a tomar en cuenta.

El Daesh (o EI) actúa a través de su wilayat del Sinaí, llamada los Soldados del Califa, que se ha demostrado letal y activa, aunque no ha logrado ocupar terreno, como ha ocurrido en Siria e Irak.

Además, si se llegara a demostrar que, bien a través de un pasajero suicida, o mediante un fallo (la seguridad perfecta no existe) en un aeropuerto internacional, los yihadistas habrían logrado otro tanto en su estrategia de llevar la guerra subversiva de carácter terrorista a Occidente, el desprestigio de las Fuerzas de Seguridad y el miedo a sucesos similares podrían tener imprevisibles consecuencias.

No es casualidad que el EI dedique numerosos efectivos económicos y humanos a las “acciones en el exterior” y que haya designado como jefe a Abu Ahmad (aún no identificado) que formaba parte en conjunto con el fallecido Abdelmahid Abaaoud, que dirigió los atentados de París de noviembre del año pasado.

Además, varios pilotos contactados por distintas agencias mostraron su extrañeza por la repentina pérdida de contacto entre la tripulación y la torre de control, así como por el hecho de que el avión se hubiera esfumado de los radares.

La combinación de ambos hechos refleja que el accidente se debió a algo catastrófico.

En febrero de este año, el Estado Islámico intentó derribar otro avión, esta vez en Somalia, a través de sus aliados de Al Shabab.

La acción criminal falló porque el terrorista suicida accionó la bomba, escondida en la batería de una computadora portátil, antes de que el avión alcanzara la altitud de vuelo.

En ese caso el aparato se habría desintegrado, pero como el artefacto fue detonado sólo 15 minutos después del despegue, cuando no había alcanzado dicha altitud, el aparato sufrió sólo un boquete en el fuselaje que permitió al piloto tomar tierra. El agujero succionó a un pasajero que murió al caer.

En el caso del avión ruso que fue derribado sobre el Sinaí, la bomba estaba alojada en una lata de refresco y el sistema para accionarla fue un altímetro o un temporizador, o ambos artilugios combinados.

En Somalia la bomba estaba en una batería y la llevaba un suicida; lo que demuestra que cuando un terrorista prepara bien una acción criminal es muy complicado abortarla, salvo que se cuente con información previa sobre sus intenciones.


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