Se oponen a la prohibición de usar este medio para llegar a Estados Unidos
A la semana, unos cuatro trenes salen de Arriaga con 600 personas
ARRIAGA, Chis., julio 30 (EL UNIVERSAL).-
Ese mediodía sofocante en Arriaga, Chiapas, es día de La Bestia, el ferrocarril de carga que enfilará con destino a Ixtepec, Oaxaca, a unas 12 horas de camino. Arribó con un aullido a la estación tranviaria, donde lo esperaba una romería asoleada: vendedores de refresco y gorras que pululan entre decenas de viajeros tensos y reservados, jóvenes en su mayoría.
A unos 100 metros, una familia hondureña observante, callada, se ampara en la sombra de un árbol escuálido. Cecilio Elías Castro es el nombre del padre. Flaco, moreno, 46 años vividos. Su esposa, su niño de 11 y su pequeña de cinco años se pliegan recelosos en torno suyo.
Elías porta una camiseta roja que reza: “Manuel Velasco, tu gobernador”. Es una donación recibida en un albergue de Tapachula, porque solicitaron asilo a la Comisión Mexicana de Ayuda a Refugiados (Comar), pues a uno de sus hijos lo asesinaron pandilleros y la sobrevivencia diaria les era imposible.
Una semana antes vimos a la familia en el albergue Belén, en Tapachula, llegaba de las oficinas de la Comar. Le negaron su petición. Ahora los Castro estaban ahí, bajo ese árbol, a punto de abordar La Bestia por vez primera, sin un destino claro. Simplemente huían.
Padre y madre cargan sus bienes en mochilas y sujetan en sus brazos el único alimento que poseen para el camino: tres botellas de agua.
—¿Cómo llegaron aquí? —se inquiere al padre.
—Caminamos ocho días por las vías del tren —responde.
Antes, La Bestia salía de Tapachula. Pero en 2005 el huracán Stan dejó inoperantes los rieles y desde entonces la migración centroamericana más empobrecida recorre a pie los 384 kilómetros de vías que separan a la ciudad de la estación de Arriaga y se expone a una diversidad de atropellos.
“Gracias a Dios, a nosotros no nos pasó nada”, dice el campesino.
El hondureño desconocía el anuncio del Gobierno mexicano de que prohibirá viajar en La Bestia, bajo el argumento de la seguridad de los transmigrantes, pero al conocerlo se inconforma.
“No estoy de acuerdo en lo que quiere hacer el Gobierno mexicano, tal vez piensa que nos hace un favor, pero nos hace un daño”, expresa. “Ésta es nuestra única opción, porque no tenemos dinero para viajar”.
Carlos Bartolo Solís, al frente del albergue Hogar de la Misericordia, en Arriaga, dice que de tres a cuatro trenes parten del pueblo semanalmente y trasladan a un promedio de 600 personas en cada jornada, alrededor de 90 mil al año, por lo que también rechaza dicha prohibición. “Es una tontería”, dice.
Considera que el impedimento no inhibirá el flujo migratorio y en cambio aumentará los riesgos del trayecto, porque se buscarán medios más ocultos y peligrosos.